“Don Cocho”, el griego que andaba con los dioses
CRÓNICAS DE LA INDUSTRIA

“Don Cocho”, el griego que andaba con los dioses


Por Mónica Cuevas Urízar - Ilustraciones Ítalo Ahumada Morasky

La palabra “entusiasmo” tiene una raíz griega (en théos) que significa “tener un dios dentro de si”; es decir, estar en una suerte de “rapto divino” y gozar de una fuerza especial que permite que ocurran cosas.

Tal vez tenga que ver con su sangre griega, pero quienes conocieron al empresario Constantino Mustakis coinciden en que él era el entusiasmo en persona. Con ese ímpetu presidió la Compañía Frutera Sudamericana, fundó y dirigió Vital Berry, sentó las bases de Molymet y hasta incursionó en el arriendo de automóviles en Brasil.

Su hija, la también empresaria y ex presidenta de la Asociación de Emprendedores de Chile, Alejandra Mustakis, recuerda que su padre le decía: “¿Sabes lo que es estar entusiasmado? ¡Es andar con los dioses!”. Así andaba siempre y le iba bien. “Él se llevaba muy bien con la vida, y su éxito tuvo que ver con eso”, explica la empresaria.

Constantino Mustakis Kotsilini -conocido como “Don Cocho”- tenía además el espíritu emprendedor grabado en el ADN. Y para entenderlo es necesario retroceder dos generaciones y mirar a sus abuelos, un matrimonio con siete hijos, que a fines del siglo XIX vivía en una caleta pesquera de aguas turquesa, en la isla griega de Cefalonia.

La familia tenía un negocio de distribución de granos. En tiempos duros para una Grecia que llevaba pocas décadas independizada del Imperio Otomano, el matrimonio envió a Alejandría al cuarto de los hijos, George Mustakis, para aprender comercio e idiomas.

El interés por las personas que mostró Constantino Mustakis a lo largo de su vida se vio particularmente reflejado en su trabajo en la Fundación Mustakis, de la que fue cofundador y presidente. La organización se orienta a potenciar el desarrollo integral de las personas, especialmente niños y jóvenes, a través de proyectos que despierten la creatividad y el intelecto.

Con la Primera Guerra Mundial y la revolución rusa, el negocio se fue a pique y George partió a Odessa para comprar granos y tratar de recuperarlo, pero sin éxito. La familia decidió entonces migrar a Nueva York, donde continuó en el negocio de la importación de alimentos.

Desde allí y buscando ampliar el abanico de productos, George viajó a Chile para comprar aceitunas de Azapa y ajos. Aquí conoció al italiano Antonio Gianoli, con quien formó en 1922 Gianoli, Mustakis & Cía. (GMC), que hacia fines de la década ya había consolidado su éxito exportando a Europa y Latinoamérica leguminosas, cereales, ajos, fruta deshidratada y otros productos. El apellido Mustakis se inscribía en la historia de la industria exportadora chilena.

A CONOCER EL IMPERIO

En la Av. Brasil de Valparaíso, Chile, en una casa arrendada por Mustakis y su esposa, Elena Kotsilini, vio la luz en 1926 el primogénito: Constantino. Sus veraneos de infancia transcurrieron entre plantaciones de chirimoyas y huertos de frutales en las haciendas de Lliu-Lliu y Trinidad, en la zona de Limache. Su padre y sus socios las adquirieron en plena crisis de los años 30, junto con acciones de la Compañía Frutera Sudamericana S.A. (SAFCO), de la que tomaron control.

Constantino hacía prácticas en GMC y participaba en las fiestas del personal de SAFCO, pero el mayor estímulo para que se consagrara al rubro venía de un amigo de su padre, Andrés Toledo, optimista y visionario miembro de SAFCO. “Don Andrés no perdía oportunidad de ‘adoctrinarme’ en el negocio frutero y sus proyecciones. Estimaba que debía dedicarme a él. Se ocupaba de que yo mantuviese el máximo contacto con la Cía. Frutera Sudamericana”, recuerda Mustakis en su libro “Frutas de Chile. Pasado, presente y futuro”, en el que recorre la historia de la industria frutícola chilena.

Constantino estudiaba ingeniería química en la Universidad Católica de Valparaíso, pero Andrés Toledo, en su esfuerzo por ganarlo para la industria, lo llevaba a visitar las plantaciones de perales de SAFCO en “El Almendro”, los parronales en Llay Llay y los “Huertos de Quechereguas”, por años el mayor manzanal en un solo paño en el país.

Cuando en 1948 el joven Mustakis partía a Estados Unidos para terminar sus estudios, Toledo lo convenció de conocer la organización de SAFCO en el extranjero. SAFCO se había convertido después de la guerra en la mayor exportadora de Chile y la principal compañía frutera de América Latina. Contaba en Chile con la Cía. Frutera Sudamericana (exportadora, comercializadora y agrícola) y Frigoman (frigoríficos y procesadora de fruta); en Ecuador con la Cía. Frutera Sudamericana Ecuador (comercializadora y exportadora de bananos) y Agrícola Balao (productora de bananos, cacao y ganadería); en Panamá con la Cía. Interamericana de Comercio (fletes frigoríficos); en Estados Unidos con la Andes Fruit & Produce (a cargo de la comercialización en ese país), y con un representante en Londres para el mercado europeo.

Dirigido por Toledo, Constantino partió a conocer in situ este imperio empresarial. Visitó Ecuador y luego Nueva York, desde donde partió en auto a las zonas productoras de frutas en California, Oregon y Washington. “Coincidió con la época de producción. Tuve acceso a todo lo que en la época era lo más avanzado en las técnicas de cultivo, almacenamiento y transporte. Iba de asombro en asombro”, recuerda en su libro.

Allí lo impresionó la logística del transporte en frío. “La fruta del huerto iba al frigorífico y de allí a carros de ferrocarril que se preenfriaban en el mismo frigorífico. Estos carros tenían unos depósitos en ambos extremos, que se llenaban de hielo, bajo los que había sendos ventiladores conectados a las ruedas, que hacían circular el aire con la marcha del carro. Cada tantos días, se llenaban los compartimentos de hielo, en su travesía por las largas distancias a los diversos mercados de EE.UU.”, consigna en sus escritos.

Uno de sus grandes legados fue su rol como mentor en la formación de muchos profesionales y ejecutivos, que bebieron de su experiencia y visión, y hoy siguen en la industria exportadora de fruta.

Le asombró también la gasificación de la uva con anhídrido sulfuroso en las cámaras frigoríficas, adelanto que informó a Chile, donde el procedimiento se incorporaría mucho después en Llay Llay. “Mi desconocimiento de los detalles técnicos de cultivo no permitió que el viaje fuese más productivo, pero en algo contribuyó a la introducción de mejoras en Chile”.

Ya andaba con los dioses en la causa frutera y no había vuelta atrás. Visitó bananeras en Guatemala, Honduras y Cuba, viajó a Noruega para resolver asuntos navieros y se instaló un tiempo en Nueva Orleans para abastecer al primer barco de SAFCO. Allí le tocó incluso ir a corretear tripulaciones a “lugares no santos y alcanzar el barco mientras éste bajaba por el Mississippi”.

LOS NUBARRONES Y LA QUIEBRA

Fue en 1962 que Constantino Mustakis se incorporó al directorio de SAFCO, tras la muerte de su padre, a quien admiraba profundamente.

También por ese tiempo incursionó en otro frente. En 1964, junto a Ciro Gianoli, comenzó a desarrollar la idea de dar valor agregado al molibdeno en la empresa Carburos y Metalurgia S.A., fundada en 1936 por los padres de ambos. Para ello instalaron el primer horno de tostación de molibdeno, sentando las bases de lo que después sería Molymet, uno de los negocios mineros en los que participó.

Para la fruta se anunciaban tiempos de grandes vaivenes. El negocio bananero de SAFCO en Ecuador había mermado con el “Mal de Panamá” -que obligó a cambiar la variedad en los cultivos- y con la aparición de nuevos competidores.

En Chile, en tanto, la tendencia estatal a intervenir en el negocio de la fruta, el fomento de las cooperativas y la incipiente Reforma Agraria imponían dificultades a la industria, las que se agudizaron con la inestabilidad social y política de comienzos de los 70´s. “Se efectuaban verdaderos allanamientos a los exportadores, separando a todos los empleados de sus escritorios y revisando hasta los papeleros. En SAFCO este espectáculo se repitió tres veces”, recuerda Mustakis en su libro.

Con el quiebre político de 1973 y la instauración del modelo de libre mercado, SAFCO recuperó el aliento. Debutaron innovaciones tecnológicas como la paletización y los sistemas de enfriamiento rápido, y se desató una verdadera revolución con las plantas de packing, lideradas por SAFCO, David del Curto y Pruzzo y Cía., que representaban el 65% del total de exportaciones de frutas.

El frenesí exportador estaba desatado a costa de un esfuerzo financiero colosal. Y los resultados estaban a la vista: SAFCO obtuvo el premio al mejor exportador de Chile, por exhibir la mejor performance en aumentos de volumen, productos y mercados. Su presidente, Constantino Mustakis, recibía en 1980 la Medalla de Oro de manos del primer mandatario. La distinción coincidía con el cincuentenario de la compañía, que se celebró con una gran fiesta en el Palacio Cousiño en Santiago.

“Lo mejor que hacía don Cocho era bailar”, recuerdan sus colaboradores. Era el alma de las fiestas del personal, de las que no se iba hasta haber sacado a bailar a todas las mujeres.

Pero los nubarrones estaban al acecho. La recesión mundial se cernía sobre Chile, el negocio exportador seguía requiriendo gran aporte de capital y los productores no podían hacer frente a los compromisos financieros. Las cesaciones de pago produjeron un efecto dominó en el mercado de capitales y vino la debacle. Primero Pruzzo y Cía. e inmediatamente después SAFCO, debieron bajar la cortina en 1981.

Don Cocho perdió su imperio, pero no su entusiasmo. Comenzó a asesorar al empresario mexicano Everardo Vidaurri, con lo que pasó varios años viajando por América Central y del Sur, hasta que Eugenio Silva, con quien había trabajado en SAFCO, le planteó el reto de exportar berries. Se abría un horizonte nuevo con la fundación de Vital Berry, en 1989, dedicada inicialmente a las frambuesas.

“El tenía una experiencia tremenda, pero además tenía un ánimo, una fortaleza y una energía increíbles, y asumió este desafío con mucha vitalidad”, recuerda Eugenio Silva.

Las oficinas partieron en una casa en General del Canto. “Era, una casa chica, muy sencilla: había dos salas en el primer piso, y en el segundo estaba la gerencia. Trabajábamos todos juntos y nos reíamos mucho; éramos como una familia, con don Cocho a la cabeza”, recuerda Sylvia Osses, quien llegó a la compañía como asistente contable.

“Don Cocho era como el papá: tenía visión, guiaba, era conciliador, buscaba soluciones. Y era también el gestor de las ideas y las innovaciones; nos pedía que no hiciéramos siempre lo mismo, que probáramos cosas nuevas. ¡Las locuras venían de don Cocho!”, agrega Claudio Auil, el primer agrónomo contratado por Vital Berry.

Exportar frambuesas era, de hecho, una especie de locura. Una fruta frágil, que se cosechaba pálida, pero tenía que ser perfecta y despacharse a la velocidad del rayo. Los volúmenes eran pequeños y Chile estaba lejos. México logró producir con menores costos, más eficiencia y mayor cercanía con el mercado estadounidense, con lo que Vital Berry no pudo competir.

Vinieron entonces los arándanos, el nuevo oro de la fruta chilena, y con ellos el gran salto de Vital Berry, que llegó a ser uno de los principales exportadores de la pequeña baya.

MENTOR Y BAILARÍN

La casa de General del Canto quedó chica, y también la que vino después, en Román Díaz. Vital Berry se instaló entonces en uno de los seis edificios que había en la Ciudad Empresarial de Huechuraba. Hasta la oficina de don Cocho, con una fenomenal vista al cerro San Cristóbal, peregrinaban gerentes, jefes, ingenieros y todo quien en Vital Berry buscara ayuda o consejo. “Yo creo que su gran aporte fue formar a una cantidad muy grande de personas que sigue siendo muy importantes en la industria de la fruta en Chile”, subraya Eugenio Silva.

“Todo el mundo buscaba su experiencia y su capacidad de resolver. Y él siempre tenía su puerta abierta, viniera el presidente del banco o el auxiliar del aseo; no le interesaban los cargos, le importaban las personas”, recuerda su secretaria, Mónica Trujillo.

“Don Cocho era como un gurú que trataba de potenciar a los demás; te hacía notar tus fortalezas y sentir que eras capaz. Eso generaba muy buen ambiente”, comenta Magaly Reyes, encargada de Comercio Exterior de Vital Berry.

Cálido y gozador. Pero estructurado y metódico. Según su hija Alejandra, “era un griego que se creía alemán”. “Andaba con una libreta en el bolsillo; si le contabas de algo que no sabías, lo anotaba y al día siguiente te mandaba información”.

“Mi papá era un gran coach. Cuando estaba con una persona, se concentraba en ella con atención y calidez, y trataba de potenciarla con lecturas, ideas y contactos”, dice Alejandra Mustakis, la única hija de Constantino Mustakis.

Era hábil y exigente, y lo que pedía, lo cobraba. Cultivaba entre sus colaboradores el “cuaderno de pendientes” y los “papelitos amarillos”, hojas de memorándum con las tres iniciales del receptor, con preguntas, tareas y recortes de El Mercurio relevantes para cada cual. “Había que responderlos, de lo contrario, te llegaba un nuevo papelito; nada se le escapaba”, recuerda Magaly Reyes.

Carismático y elegante, vestía con confecciones a la medida para su gran estatura y un sombrero de paño que se sacaba ante las mujeres, con quienes derrochaba encanto. “Le fascinaban las mujeres bonitas y siempre tenía una palabra o un gesto amable para ellas. Una vez que fuimos a Buenos Aires, se metió a una tienda y compró siete carteras; cuando le pregunté para qué tantas, me dijo ‘es que tengo muchas amigas’”, recuerda Eugenio Silva.

Era amigo de la buena mesa, el vino y la ópera. Pero donde no tenía límites, era en la pista de baile. Las fiestas de fin de año, término de cosecha o fiestas patrias eran tranquilas hasta que llegaba don Cocho. “Entraba bailando y se iba bailando”, dicen los que lo conocieron; no se sentaba en horas, y la “Danza de Zorba” solía ser el punto culminante.

Se extraña a don Cocho y se extrañan esos tiempos, dicen los ex Vital Berry. La fusión de la compañía con Hortifrut en 2013 fue dolorosa para él y muchos de sus colaboradores.

Al año siguiente partió, a los 88 años. Hasta el cementerio de Playa Ancha, en Valparaíso, lo escoltó la Decimotercera Compañía de Bomberos de Placilla, que lleva el nombre de su padre, George Mustakis Dragonas. De ella fue benefactor: en vida puso la primera piedra del cuartel, y en forma póstuma se cumplió su promesa de donar un carro bomba.

La huella que dejó don Cocho fue profunda, y se puede resumir en la frase del agrónomo Claudio Auil: “Fue un hombre iluminado en los negocios, pero eso ocurrió porque era un gran ser humano”.

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