Taiwán, China y EE.UU.: un nuevo evento en un antiguo conflicto
ARTÍCULO DE OPINIÓN

Taiwán, China y EE.UU.: un nuevo evento en un antiguo conflicto


Por Fernando Wilson Lazo, Dr. en Historia Profesor, Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez.

Cuando la Guerra Civil en China, que databa desde hacía décadas, termina finalmente en 1949 con la victoria comunista de Mao Tse Tung, los nacionalistas derrotados, liderados por Chiang Kai Shek, escaparon a la isla de Formosa, que hasta 1945 había sido ocupada por Japón y que después de la Segunda Guerra Mundial, retornó a control chino. Desde Formosa – rebautizada Taiwán – y algunas pequeñas islas en la costa del continente, como Quemoy o Matsu, los nacionalistas mantendrían funcionando un Estado que, hasta la mitad de la década de 1970, representó a China ante el mundo, incluyendo la Asamblea General y el asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). China popular intentó varias veces ocupar las islas cerca de la costa, precipitando operaciones militares intensivas, en las que EE.UU. apoyó decididamente a Taiwán, incluso extendiendo una garantía a su sobrevivencia continua, sin éxito.

Pero desde mediados de los 70´s, la visita secreta de Henry Kissinger a Beijing, la reanudación de relaciones bilaterales y la visita del Presidente Gerald Ford, EE.UU. reconoció el derecho de la China Comunista de tener la representación de su nación ante el mundo, recuperando su representación ante la ONU. La enorme mayoría de los países del mundo siguieron el ejemplo de EE.UU. y transfirieron su reconocimiento de Taipei a Beijing, quedando la aún auto denominada República de China solo reconocida por alrededor de una decena de estados en el mundo. En circunstancias normales, Taiwán habría visto un difícil futuro. Sin embargo, la democracia taiwanesa es vibrante y con estándares occidentales. El rótulo de “Made in Taiwan” ya no es sinónimo de producto desechable o de baja calidad, sino que ha ganado un más que merecido respeto en el área de la industria liviana y tiene un particular brillo en la electrónica avanzada, donde representa más de la mitad de la capacidad mundial de manufactura de microchips para todo tipo de aplicaciones.

En un escena así, EE.UU. ha mantenido su compromiso defensivo a la democracia taiwanesa y la venta de material militar avanzado, orientado a la defensa. Centenar y medio de las versiones más avanzadas del avión de Caza F16, misiles antiaéreos y anti misil Patriot, los últimos modelos de armas antitanque, fragatas, entre otros, le han vendido a la isla.

Si bien la disparidad de fuerzas entre China Popular y Taiwán sigue siendo enorme, la isla no será una presa fácil. Invadirla implicaría un esfuerzo mayor para las Fuerzas Armadas Populares de Liberación y, ante eso, un daño evidente a su posición internacional. Qué decir del uso de armas nucleares, que si bien podrían vaporizar la isla, generarían un daño político brutal para Beijing, afectando quizás definitivamente sus intentos de inserción global, tanto económicos como políticos.

Claramente, la opción militar no es la óptima y si agregamos la posición tradicional de la garantía de EE.UU., vuelve la solución violenta a algo altamente indeseable.

Todo lo anterior es sabido tanto para Beijing, Taipei y Washington desde hace décadas. De hecho, desde los 90´s los acercamientos trilaterales han sido enormes. Integración económica, viajes de turismo y todo tipo de medidas de cooperación se han ido desarrollando de forma paulatina entre los tres países. Incluso hoy, con la rivalidad abierta entre los EE.UU. y la RPC, Taiwán sigue siendo una suerte de “refugio” que les permite irónicamente a ambos contendores mayores, saltarse sus propias sanciones y restricciones.

¿Qué es lo que lleva a esta crisis específica entonces? Como siempre, en temas históricos y de política internacional, los procesos son complejos y multicausales. Un primer elemento, podemos encontrarlo en la intención de varios partidos políticos taiwaneses de abandonar la reclamación de representación de la nación china, y asumir su condición de país independiente bajo el nombre formal de Taiwán. Esto implica solo reconocer el elefante en la habitación y sincerar la realidad. El problema es que eso es totalmente inaceptable para Beijing, que plantea que lo que considera como una “provincia rebelde” puede ser tolerado hasta que se declare independiente. En ese momento, Beijing se reserva el uso de la fuerza, incluso nuclear.

Eliminada la solución más obvia al problema, la continuidad de la coexistencia parecía una buena opción, pero la llegada al poder de la facción de Xi Jimpin en el Partido Comunista Chino, llevó a una mirada internacional más dura, que algunos han tildado como del “Lobo Guerrero” siguiendo el nombre de una película de acción. Si bien la versión más abierta de dicha política es el proyecto de “La Franja y la Ruta”, u OBOR, también tiene una cara menos amable de espionaje y robo de secretos industriales e incremento de la presencia nacional china en países de África, el Océano Índico y América Latina, que en diversas ocasiones ha mostrado una cara bastante poco amable. Otra señal de eso ha sido la dura represión a los activistas pro democracia en el enclave de Hong Kong, dentro del que el tratado firmado con Gran Bretaña planteaba la coexistencia de “un país, pero dos sistemas”. Cosa claramente conculcada hoy.

Agreguemos además, la progresiva hostilidad mutua con EE.UU. China resiente las progresivas trabas a la inversión china y al acceso a la R&D norteamericana, mientras que los norteamericanos resienten el dumping chino, su robo de conocimientos y la asimetría comercial.

Esta situación, que llegó a un peak durante la turbulenta administración de Donald Trump, no se ha aminorado realmente al día de hoy bajo Joseph Biden. Basta recordar la dura cumbre de Anchorage, donde la nueva administración norteamericana no perdió tiempo en manifestar su distancia con Beijing.

Ante una escena así es que la representante Nancy Pelosi, militante del Partido Demócrata, decide visitar Taipei en el contexto de una gira a una serie de países en el Este y Sur Este de Asia. Pelosi es Presidente de la Cámara de Representantes norteamericana y, técnicamente, está fuera del control del Gobierno Federal o del Departamento de Estado, que es el Ministerio de Relaciones Exteriores de EE.UU. Sin embargo, siendo del mismo Partido que el Presidente, uno esperaría un grado de cooperación importante. Sin embargo, desde la propia Casa Blanca se ha insistido en que se le intentó disuadir de esa escala en su viaje. El punto es que Pelosi tiene una larga historia de apoyo a Taiwán, siendo además una de las más vehementes críticas de la represión y violación de derechos humanos llevados a cabo por la RPC en la Plaza de Tiananmen en 1989. Esta visita, por tanto, no es un capricho coyuntural, sino que para Pelosi es parte fundamental de lo que ha sido su extensa carrera política. A punto de retirarse ya, no estaba en posición de renunciar a esta visita, cuando es improbable que se de una nueva oportunidad de realizarla.

La reacción china continental demostró saber la debilidad de EE.UU. en esta situación, y teniendo por una vez a la administración Biden en una posición incómoda y reactiva, pues procedió a presionar al límite a la visita y al mismo Taiwán, con ejercicios militares masivos en torno a la isla y que fueron extendidos varias veces hasta completar cerca de una semana. Desarrollados a menos de 20 millas de distancia de la costa, los buques y aeronaves de las Fuerzas Armadas Populares de Liberaciones efectuaron pruebas de fuego real a la vista de los taiwaneses. Más preocupantemente, estos ejercicios demostraron que el plan chino para una solución militar no sería una invasión o destrucción de la isla, sino su bloqueo marítimo. Cortar sus vías de comunicaciones internacionales, impedirles mantener su próspero comercio y condenar a su población a la miseria y al hambre.

Si bien la visita de Pelosi y los ejercicios chinos fueron aprovechados también para enfatizar que EE.UU. sigue apoyando la independencia de Taiwán, en términos generales, fue una derrota para todos. China exageró en sus ejercicios militares, enfatizando la imagen negativa que ha ido sembrando en el mundo, mientras que EE.UU. se vio obligado a distraer su atención de la invasión rusa en Ucrania para retornar a la Cuenca del Pacífico. No nos engañemos, es en el Pacífico donde está el principal interés de EE.UU., pero mantener dos crisis mayores abiertas al mismo tiempo es un error que se denuncia desde los tiempos de Tucídides. Finalmente, el impacto en el comercio, las cotizaciones de las bolsas, el valor del dólar y del yuan, todos se vieron firmemente afectados por un incidente perfectamente prescindible. Para Taiwán fue un recuerdo, quizás demasiado duro, de lo precaria que es su existencia.

¿Qué nos enseña esta situación? Primero, que el mundo multipolar, multicultural y complejo claramente esta más allá de cualquier aspiración de control por ningún actor internacional, por poderoso que sea en forma individual. Segundo, la interdependencia compleja se convierte en un factor cada día más profundo. Una crisis en cualquier lugar del mundo nos afecta a todos…Y, quizás lo más relevante, aislarse no es la solución, sino solo un camino a la pobreza. Quizás es el momento de hacer el esfuerzo de construir un mundo donde no solo se usen instrumentos de “poder blando”, sino que además se pueda pasar a reconocer que el “poder duro” existe, y que necesitamos actualizar las normas y formas a través de las cuales se lo emplea.

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