La locura del kiwi chilensis
CRÓNICAS DE LA INDUSTRIA

La locura del kiwi chilensis

Yang tao, grosella china, desde 1959 kiwifruit o simplemente kiwi, este delicioso fruto rico en vitamina C llegó a Chile a fines de la década del setenta. De ser grito y plata en los ochenta, generando un verdadero boom en la industria frutícola local y en el ámbito social, entró en crisis y enfrentó serias dificultades. La historia del auge y vaivenes de este fruto de oriente en el suelo del fin del mundo.


Por Claudia Carranza Coron | Ilustraciones: Ítalo Ahumada

La ruta de la Actinidia deliciosa comienza en China, de donde este fruto es originario. De crecer en forma silvestre en suelos orientales, especialmente en laderas boscosas del valle del río Yangtsé, el kiwi verde emprendió camino a Oceanía. Fue Mary Isabel Fraser, educadora neozelandesa, quien a su regreso de un viaje llevó unas semillas de esta hasta entonces desconocida baya a Wanganui, en su tierra natal, y de la mano del horticultor Alexander Allison cobró vida en la isla. Las semillas que viajaron con Fraser dieron, así, el puntapié inicial a la que sería una nueva y próspera industria en la historia de la fruticultura mundial. Corría 1904 cuando comenzó su cultivo en Nueva Zelanda y hacia 1928 el horticultor y científico de Auckland, Hayward Wright, seleccionó una variedad que es la exponente indiscutida de este fruto verde hasta nuestros días: la famosa Hayward.

La bahía neozelandesa de Plenty (bahía de la abundancia, en español), ubicada en torno al paralelo 37° sur, se identifica como el epicentro en el que comenzó su cultivo comercial, entre 1934 y 1940, y ya en 1965 cruzó nuevamente el océano para extenderse a California, Estados Unidos, y Europa, comenzando por España, Italia y Francia.

Si han leído estos primeros párrafos con atención, se habrán dado cuenta de que casi no hemos usado la palabra kiwi. Y es que no sería hasta 1959 que el yang tao, mihoutao o grosella china –como se le llamó inicialmente en occidente– comenzó a conocerse con este nombre. El fruto de esta planta trepadora se asemeja a un pequeño pájaro endémico de Nueva Zelanda, su ave nacional. Es así que kiwifruit fue el nombre que utilizó por primera vez la empresa exportadora neozelandesa Turner & Growers en sus envíos a Europa a principios de los años 50, y a Estados Unidos donde, según consigna la historia, esto habría ocurrido el 15 de junio de 1959. Por cierto, kiwi es también como se conoce a los neozelandeses, a modo de gentilicio coloquial.

Es importante precisar que la Actinidia es un género con numerosas especies, del que la mayor cantidad crece en China. Dentro de estas se encuentra la Actinidia deliciosa, la variedad verde que se propagó con éxito en suelo chileno, y la A. chinensis, de pulpa amarilla y piel menos peluda, que no ha conocido hasta ahora el lado fértil de esta tierra. Como especie domesticada recientemente en el mundo, este fruto no aparece en recetas de la abuela como ingrediente de ancestrales y deliciosas preparaciones. El kiwi encuentra su superpoder en sus beneficios a nivel inmune y como antioxidante. No por nada también se le conoce como fruto de la salud por sus múltiples propiedades, entre las que destacan su gran contenido de vitamina C, alto en fibra, calcio, potasio, y poder antioxidante, entre otros atributos. De forma oval, piel peluda y un interior verde intenso, prefiere para crecer las zonas templadas o subtropicales, cultivándose hoy en lugares tan diversos como Corea, España, Estados Unidos, Francia, Grecia, Irán, Turquía, Japón, además de China, Italia, Nueva Zelanda y Chile.

Se cosecha verde, incomible, y va mejorando su calidad organoléptica hasta que madura. Están disponibles para consumo casi todo el año. Plantas longevas, con frutos de guarda, lo hicieron atractivo para agricultores no sólo como producto principal, sino que también como complemento, para mantener viva la oferta de cultivos durante un periodo más largo.

Con los años también se comenzaron a producir de forma comercial kiwis gold o amarillos, rojos, y algunas variedades mini o baby, entre otros… pero esa es otra historia.

CON ESCALA EN CALIFORNIA

Habiendo dejado en claro el protagonismo del kiwi verde, enfocaremos lo que sigue de esta crónica en Chile. Las plantas que llegaron a esta tierra de tradición frutícola fueron de origen neozelandés, pero traídas desde California, por un tema de protocolos comerciales que facilitaron su ingreso al país desde ese destino. Hacia fines de los años 70 se plantaron las primeras hectáreas, que darían frutos a comienzos de la década de los 80, con una producción comercial que vio la luz en 1981.

Un grupo de directores de la Cooperativa Frutícola de Curicó (Coopefrut) fueron los primeros en embarcase en esta aventura, apostando por un cultivo con buenas referencias, pero hasta entonces desconocido en estos lares. Es importante tener presente que los frutos en los que concentraban principalmente su producción en ese entonces eran la manzana y la pera, dato que cobrará relevancia a medida que avanza esta historia.

El actual presidente del Comité del Kiwi de Chile, Carlos Cruzat, se refiere con entusiasmo y orgullo a estos pioneros, a quienes describe como “tremendamente innovadores, soñadores y creativos. Representan el ímpetu de la fruticultura chilena en la década de los ochenta. Traer una especie nueva a nivel mundial, que el hombre de Cromagnon no conoció, porque comió manzanas, pero te aseguro que no probó los kiwis”.

La historia del kiwi verde en Chile empieza probablemente en el año 1975, relata Matías Kulczewski, investigador y asesor en fruticultura, “cuando el directorio de Coopefrut (hoy Copefrut S.A.), recibió la sugerencia de un contacto en Pandol & Sons, en Estados Unidos, a quienes ellos exportaban manzanas y con quien tenían mucha amistad. Les contó que estaban cultivando una especie nueva, que parecía tener futuro. La cooperativa era muy vanguardista, y llana a hacer mejoras, por lo que acogió esta sugerencia e hicieron los trámites para importar la especie. En 1976 se concretó, con la ayuda de Jack Pandol”.

Una parcela en Buin fue el destino de estas primeras plantitas que llegaron a suelo chileno a hacer cuarentena, que en aquella época duraba dos años. Entre quienes participaron en la introducción del kiwi en Chile, destacan José Soler Mallafré, don Pepe, quien presidía Coopefrut, Francisco Correa Espinosa, Luis Fidel Lobos y José Alarcón. Al cumplir con el periodo de cuarentena, algunas plantas eran aún muy pequeñas, por lo que se plantaron al año siguiente. En esta segunda ola se aventuraron Enrique Bruzzone, gerente general de Coopefrut, y Jorge Massanes, gerente comercial, entre otros.

En el grupo de pioneros, otros dos nombres se repiten entre quienes fueron testigos y actores de los comienzos de esta industria. Uno es Ricardo Vidal Álvarez, jefe del departamento técnico de la cooperativa, quien participó activamente en el proceso de incorporación y desarrollo del kiwi en el país e invitó a destacados profesionales al proyecto, entre ellos el reconocido pomólogo de la UC Davis de EE.UU, Jim Beutel. Y el otro, don Gregorio Rosenberg, don Goyo, muy presente en los distintos testimonios que dieron vida a esta crónica.

SE DESATA LA LOCURA

Poco a poco se fueron sumando más, aunque otros tantos esperaron la producción y venta de los primeros frutos para aventurarse. Fueron años en que los altos precios que alcanzaba el kiwi en los mercados internacionales, entregando un alto retorno, agregaron atractivo a este cultivo, que llegó a desatar una verdadera locura a nivel de producción local.

A las 45 hectáreas iniciales, se agregaron luego 120 y el número siguió al alza especialmente entre mediados y f ines de la década de los ochenta, que terminó con 12 mil hectáreas de Actinidia deliciosa en Chile. Para esa época el kiwi ya se ubicaba como la tercera o cuarta especie más producida por los fruticultores chilenos. “Realmente fue un boom que trascendió lo social, lo económico, fue algo muy especial. El kiwi fue la novedad frutícola, la especie que entró en sociedad en el siglo XX”, relata Carlo Sabaini, ingeniero agrónomo y actual director del Comité del Kiwi, quien participó activamente en la época de despegue del kiwi y fue gerente técnico de Trinidad Export, una de las principales exportadoras de este fruto. Y agrega que “era una cosa social muy fuerte, como que no podías estar en la agricultura si no plantabas kiwis”.

La irrupción del nuevo cultivo se encontró con un escenario local “con un dólar ascendente, con un país en el que la fruticultura es muy relevante, que abre sus mercados, las exportaciones… ahí entra el kiwi y se potencia con todo esto”, puntualiza Sabaini.

Uno de los productores ícono para el resto de la industria fue Francisco Javier Correa, quien al quinto año logró cosechar cerca de 40 mil kilos por hectárea. “En esa época el costo de producción no era más de US$5 mil a US$ 8 mil dólares por hectárea, entonces era un negocio de oro”, sostiene Kulczewski.

Felipe Espinosa, quien en ese entonces era un estudiante de agronomía y que más tarde integraría las filas de Coopefrut, llegando a presidir la Asociación Nacional de Productores de Kiwi –antecesora del Comité del Kiwi– agrega que “don Pancho Correa puso sus kiwis en un lugar espectacular, con clima espectacular, en Rauco. Lo hizo perfecto. De todo el grupo, el que le acertó 100% fue él y se hizo famoso con los kiwis”. Recuerda que “como agrónomos necesitábamos sacar algunos frutos de los huertos para tomar muestras. Don Pancho Correa nos decía ‘saca de los abanicos, de los deformes, no de los otros’, porque los buenos valían oro.

“Don Pancho Correa puso sus kiwis en un lugar espectacular. Lo hizo perfecto. De todo el grupo, el que le acertó 100% fue él y se hizo famoso”

Hoy eso da lo mismo, pero en esa época estaban casi contados los frutos”.

AL ALERO DE LAS PARRAS

Otro elemento que caracterizó la escena ochentera en este país del fin del mundo, fue la crisis de la industria vitivinícola, similar a la que atraviesa en la actualidad. Los parrones viníferos dieron resguardo a este nuevo habitante del vecindario, que requería de una estructura donde apoyarse y crecer. Entonces a partir de 1982 se aprovecharon las parras, las que también brindaban sombra y protección a esta planta con fama de exigente y que requería de un ambiente sin mucho viento para crecer y entregar un fruto de calidad.

“La masificación del kiwi coincidió justo con una de las tantas crisis del vino y muchos pusieron kiwi entremedio de los parrones. Me tocó asesorar a varios productores que lo hicieron. Un poco lo que están pensando hoy”, precisa Espinosa.

Con las semillas que dieron los primeros frutos en tierra chilena, se desarrolló el principal vivero a nivel local, Huertos California, emplazado en Quillota, en la zona central del país. Francisco Gardiazabal fue el jefe técnico detrás de la multiplicación de las plantas, en el primer vivero industrial que abastecería a quienes se embarcaron en esta aventura. “Era un cultivo bien distinto al resto de los frutales, una novedad. Fuimos a Nueva Zelanda a verlo en terreno y también a Estados Unidos, para ver cómo se comportaba en California, en un clima más similar al nuestro. Los neozelandeses, que son extremadamente buenos para vender fruta, ya tenían un cultivo desarrollado y plantas de 40 años de edad. El comienzo fue tímido, había que introducir un cultivo nuevo, que el mercado la aceptara y despertar luego el interés por consumirlo”, relata. El furor por el kiwi ciertamente traspasó fronteras y se vivió con intensidad en distintas partes del mundo. Carlo Sabaini recuerda haber viajado en Lufthansa en los años ochenta “y el snack te lo entregaban en una bolsita que tenía impreso un kiwi. Fue un momento muy especial. Todos querían comer kiwis, los alemanes se volvían locos por esta fruta que venía del oriente”.

En esa época el costo de producción no era más de US$5 mil a US$ 8 mil dólares por hectárea, entonces era un negocio de oro”

PRUEBA Y ERROR

¿Cómo fue enfrentar este nuevo cultivo? Lo que hicieron inicialmente, recuerda Kulczewski, “fue imitar, sin copiar, mirando, aprendiendo de la experiencia de Nueva Zelanda, que fue el país que tuvo mayor dedicación, desde generar las variedades, las primeras exportaciones de kiwi al Reino Unido por el año 1952-54, su experiencia en el procesamiento de la fruta, después hicieron toda la campaña comercial”. Es más, fue el único país que hizo inicialmente un desarrollo para domesticar la planta, y también el que lideró el posterior trabajo de promoción, innovación, desarrollo, y de dar a conocer este fruto al mundo.

No es misterio que en agricultura no basta con “copiar y pegar” o seguir una receta para replicar una experiencia exitosa. Y si bien el trabajo con los kiwis estaba en la mira Primeras plantaciones en Curicó. En localidades como Chimbarongo, Curicó y Teno el desarrollo del kiwi fue extraordinario. y muchos agrónomos, técnicos y productores chilenos viajaron para ver en terreno la historia de éxito de los neozelandeses, en la escena local se tuvo que hacer frente a una serie de dificultades.

“Si bien la experiencia de Nueva Zelanda sirvió de guía, hay aspectos que hubo que aprender in situ”, puntualiza Sabaini. “El comienzo fue un proceso duro de pasar, el concepto era plantar kiwis y en el Excel te daba perfecto el TIR (Tasa Interna de Retorno) y el VAN (Valor Actual Neto), pero algunos huertos se ubicaban en suelos muy arcillosos… aparte estaba el clima. La combinación clima, suelo, agua, desarrollo de la planta, es todo lo que se tiene que ir armonizando”.

La elección de la zona y el clima al que estaban expuestos fue uno de los primeros escollos que enfrentaron, que inclinó la balanza a favor de algunos y le hizo cuesta arriba el camino a otros. En la medida en que aumentaba el furor por este nuevo cultivo, muchos se sumaban plantando donde podían. Así, hubo kiwis desde La Serena en la región de Coquimbo, hasta el Lago Ranco en el sur, pasando por zonas de clima estepario como Los Andes, todos tan diferentes a los boscosos suelos en los que estas lianas crecían en su tierra de origen.

Como sucede con todos los cultivos nuevos –recuerda Gardiazabal– se hizo una difusión que entusiasmó a muchos productores, sobre todo considerando la alta rentabilidad que esta fruta de exótico sabor ofrecía. “Muchos estaban fuera de zona por clima, suelo, calidad del agua; se experimentó con este cultivo en distintas zonas del país y luego se asentó más fuertemente en la zona sur, donde tenía mejores condiciones de desarrollo que en la zona central donde había aguas con alta salinidad por encima. Al hacerlo empezaron a crecer mejor. Fuimos aprendiendo de los errores de unos y otros”. La polinización también fue –Maipo, Mapocho– o de altas temperaturas, como San Felipe-Los Andes, donde tampoco tiene la evolución esperada. Sin embargo, en el sur el desarrollo de este frutal fue extraordinario, en la zona de Chimbarongo, Curicó, Teno”, explica.

Pero este no sería el único problema. Matías Kulczewski, quien siguió de cerca la primera producción ya que fue motivo de estudio de su tesis, reconoce que “la ignorancia es una dificultad importante. No había Internet y la información no estaba tan a la mano. Con el tiempo fuimos entendiendo mejor que el kiwi es una especie a la que no le gusta el calor extremo, seco, el suelo con muy poca materia orgánica o con pH muy alcalino”.

Otro dilema al que se vieron enfrentados fue el riego. En Nueva Zelanda casi no riegan, explica Sabaini, “y en la agricultura chilena el principal manejo que hacemos es regar. Se aprende mucho de riego con los kiwis”. Kulczewski agrega que “inicialmente muchos miraban al kiwi como una planta de parra, porque es una liana y sus hojas grandes también son parecidas, entonces se empezó a imitar un poco lo que se hacía en la vid. Se regaba por surcos laterales, en ese tiempo no había riego mecánico. Y eso era un error fatal. Después nos dimos cuenta de que, a diferencia de la vid, la planta del kiwi había que regarla por encima. Al hacerlo empezaron a crecer mejor. Fuimos aprendiendo de los errores de unos y otros”.

La polinización también fue un ítem que requirió trabajo, porque el “recién llegado” era muy riguroso en la materia. Se trata de una especie dioica, cuyas plantas femeninas dan la fruta y las masculinas proveen el polen, por lo que se necesitaba mayor número de abejas que en otras especies. En un comienzo se plantaba sólo un 11% de polinizantes, ya que son plantas que no dan frutos, cifra que hoy se ubica entre 13% y 17%.

“Al principio el mercado era menos exigente, porque era un mercado de demanda, con muy poca oferta del hemisferio sur, entonces se vendía todo. Pero después empezó a ser un cultivo más importante, con estándares de calidad más elevados, y hubo que producir fruta de mayor tamaño, de forma más alargada, y para eso tenía que estar muy bien polinizado”, apunta Kulczewski.

Algo que el experto recuerda entre risas, y que fue parte de la inexperiencia de esta primera época, es lo que ocurrió con los primeros kiwis que embalaron, en 1981. Sin saber bien qué hacer, el jefe de la central frutícola decidió tratarlos igual que a las peras y manzanas y los tiró al agua, pero los kiwis se iban al fondo. “Además del riesgo que se pudrieran, los kiwis que son peludos quedaban horribles, todos despeinados. Estos frutos se pasan por una escobillita para limpiarlos y queden más ordenaditos y bonitos. Para que flotaran le pusieron soda cáustica al agua, que era lo mismo que se hacía con las peras. Fue tanta la dosis que necesitaron, que cuando finalmente f lotaron salían como jabón. Los kiwis quedaban resbalosos, los apretabas y salían volando”.

Otra forma fue la que utilizaron para cosechar los primeros kiwis de José Soler. “Don Pepe tenía una máquina donde procesaba peras en seco, se calibraban, pero era muy lenta y se embalaban de una forma muy artesanal. Para limpiarlos usábamos un pañito, porque no había una cinta con rodillo. Fue bastante folklórico y un poco tragicómico el procesamiento de la fruta en los comienzos”, confiesa.

“Si le preguntas a alguien qué sabe de este fruto, muchos de los que vivieron la época te hablarán del boom y luego de una crisis enorme”

AMENAZAS EN EL HORIZONTE

Un capítulo aparte requiere la poscosecha, que fue uno de los puntos álgidos de esta aventura. La primera producción de kiwis made in Chile, aunque pequeña, fue exportada en su totalidad. Y acá retomamos un tema que consignamos al comienzo de esta crónica: los directores de Coopefrut eran principalmente productores de manzanas y peras.

El kiwi cosechado en Chile tenía que viajar más de 20 días para llegar a sus mercados de destino y en un comienzo los productores aprovecharon las cámaras de manzanas para poner sus primeras cosechas. Pero se desconocía que este preciado fruto de pulpa verde era muy sensible al etileno, gas que frutas climatéricas, como la manzana y la pera, emiten en altas cantidades. “Aprendimos a porrazos”, recuerda Kulczewski. “Los kiwis se ablandaban y maduraban a los pocos días y se necesitaba que aguantaran f irmecitos. A veces llegaban a mercado kiwis que no estaban muy buenos, y no se podía esperar, porque la fruta se estaba pudriendo de madura dado que la habíamos puesto con manzanas y peras”.

Estratégicamente, entonces, era muy importante cuidar de no exponerlos a este compuesto químico, para lo que era necesario cámaras con aislamiento especial, con métodos para poder regular el etileno que incluso produce la propia fruta. Eso no era tan fácil, por lo que se empezó a movilizar mucha fruta desde la Región del Maule donde se concentraba la producción– hacia la Región de O’Higgins para embalarla, donde había numerosas centrales frutícolas y packings que procesaban uva de mesa y carozos, entre otros, que terminaban su temporada en marzo y cuando se cosechaban los kiwis, a mediados de marzo-abril, contaban con espacio para poder recibirlos. Con los años, hacia fines de los ochenta se creó la central frutícola Cenkiwi, la primera especializada en este cultivo y vigente hasta hoy.

TIEMPOS DE CRISIS

El avance del kiwi fue muy rápido, y en la década de los noventa vendría la estabilización de los precios y posterior crisis, que llevó a muchos productores a salir del rubro y reinventarse. ¿Las razones? El negocio no era tan atractivo como en un comienzo, pero, además, y como suele ocurrir en este país cuando el precio de algo es tan bueno, la gente planta donde sea. “Cuando vino la crisis, por supuesto que los extremos desaparecieron y se empezó a tomar conciencia de la importancia de la localización”, señala Carlo Sabaini.

La plantación acelerada que experimentó Chile, también se vivió en otras partes del mundo como Nueva Zelanda, Italia y Estados Unidos, con lo que la nueva década llegaría con grandes niveles de producción. Luego se comenzaría a estabilizar, pero con bajos precios y altos volúmenes, y a observarse incluso arranques de huertas a nivel global. “La crisis de los kiwis es algo que quedó bien marcado en el imaginario colectivo de Chile. Si le preguntas a alguien qué sabe de este fruto, muchos de los que vivieron la época te hablarán del boom y luego de una crisis enorme”, comenta Sabaini. “Pero –complementa– pasar la crisis te permite salir muy fortalecido, en términos de manejo de producción, de enfrentar el cultivo técnicamente, de la necesidad de unirse, y ahí están los albores de lo que posteriormente sería el Comité del Kiwi. Hubo una evolución como país”.

Luego de la crisis, el boom de este fruto univarietal y multimercado parecía haber quedado en el pasado. Sin embargo, en las últimas temporadas el kiwi chileno ha resurgido con renovados bríos, ganando terreno en mercados tan atractivos como la India, lo que hace mirar el futuro con optimismo. En la historia de este cultivo, “se dieron una serie de situaciones que uno las mira en retrospectiva y dice esto fue una locura, no era real. Pero sí, lo fue”, reflexiona Gardiazabal… Y todo indica que esta crónica se seguirá escribiendo.